En Catamarca y la quebrada como mudo testigo de la soledad, me trae el recuerdo de una historia contada en el pueblo de La Punilla.
Tierra inhóspita y desabitada por la cultura del hombre moderno, vivió un pequeño llamado Iwoka (tierra sin mal), nombre indígena descendiente de los Luracataos, grupo perteneciente al pueblo Diaguita.
El pequeño nacido de doña Aparicia, creció en la inmensidad rocosa, salvaje, libre y guerrero como fiel reflejo de su descendencia, atravesó fuertes inviernos y desérticos veranos junto a su mama.
Solito aprendió del hambre y solito asumió la responsabilidad de un hombre con sus precoces 12 años.
Iwoka era intrépido, insolente como todo niño, y con un espíritu forjado a fuerza de imaginación, ya que no conocía otra cosa que la riqueza de la pachamama... Continuar leyendo